Exordio Parvo

Documento narrativo cisterciense que presenta la historia de los inicios de Císter bajo los aspectos históricos y jurídicos. En su prólogo expresa que su intención era dejar por escrito la validez de la fundación del Nuevo Monasterio y la aprobación de su estilo de vida; la observancia fiel de la Santa Regla.

Su contenido se desarrolla en los siguientes capítulos:

    I.       Origen del cenobio de Císter

  II.       Carta del Legado Hugo

III.       Partida de los monjes cisterciense de Molesmes, y su llegada a Císter y el monasterio que comenzaron

  IV.       Cómo aquel lugar fue erigido en Abadía

    V.       De cómo los de Molesmes pidieron insistentemente al Papa para que volviese el Abad Roberto

  VI.       Carta del Papa para que volviese el Abad

VII.       Decreto del Legado Hugo sobre el asunto entre Molesmenses y Cistercienses

VIII.       Recomendación del Abad Roberto

  IX.       Elección de Alberico como primer Abad de la Iglesia Cisterciense

    X.       Sobre el Privilegio Romano

  XI.       Carta de los Cardenales Juan y Benito

XII.       Carta de Hugo, arzobispo de Lyón

XIII.       Carta del Obispo de Chalon

XIV.       Privilegio Romano

  XV.       Estatutos de los monjes cistercienses que vinieron de Molesmes

XVI.       De su tristeza

XVII.       Muerte de primer Abad y promoción del segundo. Sus estatutos y su alegría

XVIII.       De las Abadías



Exordio de Císter

Se presenta como un resumen del Exordio Parvo. Según algunas razones, se le atribuye a algún monje de Claraval, cuyo pensamiento y estilo es muy cercano al de San Bernardo; bien sea como manual para los novicios o para expandir la ideología claravalense. Posiblemente redactada entre los años 1123-1130. Se puede considerar como una relectura ascético-mística de la fundación, que sintetiza el proyecto cisterciense, teniendo como ideal una vida pobre y sencilla, basada en la búsqueda de la pobreza fecunda en virtudes.

Contenido que compone el Exordio de Cister:

PRIMERA PARTE

    I.       Salida de Molesmes de los monjes de Císter

  II.       Del exordio del cenobio cisterciense

III.       Resumen de la Carta de Caridad.

  IV.       Capítulo anual de abades

    V.       De las faltas de los abades

  VI.       Relaciones entre abadías que no se engendraron unas a otras

VII.       Nadie reciba a un aspirante que desea ir a otra iglesia

VIII.       Acerca del monje o del converso fugitivo

  IX.       Sobre la construcción de abadías

    X.       Sobre qué libros no pueden ser distintos

  XI.       El vestido

XII.       La comida

XIII.       En el monasterio nadie coma carne o grasa

XIV.       En qué días guardamos abstinencia

  XV.       De dónde se obtiene el sustento de los monjes

XVI.       El monje no debe vivir fuera del claustro

XVII.       En nuestra Orden está prohibido convivir con mujeres

XVIII.       Las mujeres no podrán franquear la puerta del monasterio

XIX.       Que no se forme sociedad con seglares ni para la cría de ganado, ni para el cultivo de la tierra, dándoles o recibiéndoles a medias o cosa parecida

 XX.       De estas cosas se ocuparán los conversos

XXI.       Probación de los conversos

XXII.       El converso no se haga monje

XXIII.       No tenemos rentas

XXIV.       A quiénes administramos los sacramentos o enterramos

XXV.       Lo permitido y lo prohibido respecto al oro, la plata, las joyas y la seda

XXVI.       Esculturas, pinturas y cruces de madera


Exordio Magno de Císter

Según el latín “Exordium” puede traducirse como: salida, comienzo, inicio… llevando entre sí, una connotación de movimiento: partida de un lugar a otro.

            El Exordio Magno de Císter es un relato dinámico y vivo que refleja los diversos pasos seguidos por unos pocos monjes medievales que, con solo trasladarse de un monasterio a otro para mejorar su vida monástica y hacerla más conforme al ideal expuesto por San Benito en su Regla para monjes.

            El Exordio Magno; o Gran Exordio, es una vasta compilación hagiográfica de finales del siglo XII y principios del siglo XIII, llevada a cabo por un monje anónimo de Claraval, en la que narra un conjunto de historias y relatos aureolados con estilo de leyenda, acompañados de visiones y milagros.

            Hacia el año 1998, en el marco de la celebración del IX centenario de la fundación de la Orden Cisterciense, se traduce a la lengua española la versión completa del EXORDIUM MAGNUM CISTERCIENSE, siendo este considerado como uno de los tesoros más preciados de su rico patrimonio espiritual.

            Dicha traducción se ha realizado desde la edición crítica del texto latino establecido por el P. Bruno Griesser “monachus Augiare Maioris” (Mehrerau), EXORDIUM MAGNUM CISTERCIENSE, sive Narratio de Initio Cisterciensis Ordinis, Romae 1961.

            Su contenido se desarrolla de la siguiente manera:

    I.       Primera Parte:

    I.       Fue el Señor Jesús quien en sus enseñanzas nos dejó el modelo de la perfecta penitencia

  II.       La práctica de la vida en común comenzó en la Iglesia primitiva, por tanto, de aquí tomó origen toda forma de vida monástica

III.       Fue San Antonio quien hizo brillar en todo su esplendor la disciplina monástica, la cual quedó consolidada excelentemente por la santidad de vida de otros Padres

  IV.       De la institución y autoridad de la Regla de Ntro. Padre San Benito. Cómo floreció y florece hasta hoy por la gracia divina

    V.       San Benito, a instancias del Obispo de Mans, envía a su santo discípulo Mauro a la región de las Galias para fundar un monasterio

  VI.       El Bienaventurado Odón, Abad de Cluny, restaura con toda eficacia y con la gracia de Dios, la vida monástica, totalmente relajada

VII.       De un hermano en cuyas manos unas migajas de pan se convirtieron en preciosísimas perlas

VIII.       De un hermano que estando para morir vio venir hacia sí una multitud de bienaventurados vestidos de blancos

  IX.       El bienaventurado Abad de Cluny, Hugo, cura a un paralítico

    X.       De cómo fueron iluminados por la gracia divina los monjes fundadores de la Orden de Císter cuando aún moraban en Molesmes

  XI.       El bienaventurado Abad Roberto, y con él unos monjes, fueron a ver al legado de la Sede Apostólica, con el deseo de renovar el estado monacal

XII.       Carta del arzobispo Don Hugo, Legado de la Sede Apostólica, por la cual y con su autoridad, se instituyó el comienzo de la Orden Cisterciense

XIII.       Cómo y en qué año de la encarnación del Señor salieron de Molesmes los Santos Padres de la Orden Cisterciense y se dirigieron al yermo de Císter

XIV.       El obispo de Chalons, a cuya diócesis pertenecía aquel lugar, lo erigió canónicamente en Abadía; y cómo su Abad tuvo que volver a aquella de la que había venido

·         Carta del Papa Urbano

  XV.       Decreto de Don Hugo, arzobispo y legado de la Sede Apostólica sobre la contienda entre los monjes de Molesmes y los de Císter

XVI.       De la elección de Don Alberico, de santa memoria, primer Abad Cisterciense; de cómo obtuvo de la Santa Sede Apostólica el privilegio de la aprobación de su Orden y cuáles fueron las normas con las que instituyó la Orden

XVII.       Carta que los cardenales enviaron al Papa en favor de los de Císter

XVIII.       Carta de Hugo, arzobispo de Lyón

XIX.       Carta de Gualtero, obispo de Chalons

 XX.       Privilegio del Papa Pascual por el que fue concedida a perpetuidad la independencia a la familia Cisterciense

XXI.       Elección del bienaventurado Esteban como segundo Abad Cisterciense. Estatutos que añadió recién fundada la Orden. Cómo creció y se multiplicó la Orden bajo su mandato y cómo resplandeció en su vida con grandes virtudes

XXII.       De cómo el Abad Esteban tuvo conocimiento por revelación divina de la expansión de su Orden y cómo, hallándose despierto, se le apareció un hermano después de muerto

XXIII.       De cómo el bienaventurado Abad Esteban conoció por su espíritu profético ciertos secretos de un novicio suyo

XXIV.       El benignísimo Señor provee con suma bondad una necesidad de su pobre, el Abad Esteban

XXV.       De cómo remedió una vez el Señor cierta necesidad suya y de sus monjes

XXVI.       De cómo celebraba el venerable Padre Esteban las sagradas vigilias con gran devoción y pureza para honra de Dios

XXVII.       De su sincera humildad

XXVIII.       Habiendo llegado la comunidad de Císter a la más estrecha pobreza, el santo Abad envió a uno de sus monjes al mercado más próximo, ordenándoles que comprara todo lo necesario para los monjes. Como no le entregaba nada de dinero, le anunció, con espíritu profético, que todo le saldrá bien

XXIX.       La comunidad de Císter funda cenobios en diversos episcopados. De la institución del Capítulo General y del privilegio que el Abad Esteban, con los demás coabades, obtuvo de la Sede Apostólica para la aprobación del capítulo

XXX.       Decreto del Papa Calixto

XXXI.       El bienaventurado Padre Esteban conoce por revelación la indignidad de su sucesor y su preciosa muerte

XXXII.       De la vida y santas costumbres del reverendísimo padre Fastrado, Abad de Císter

XXXIII.       De la maravillosa conversión de Don Alejandro, de santa memoria, Abad de Císter

XXXIV.       De la revelación del bienaventurado monje Cristiano sobre el Abad Don Reinardo y el cenobio de Císter

XXXV.       De una visión en virtud de la cual se hizo converso Don Juan, monje de Císter y después obispo de Valence

SEGUNDA PARTE

            I.       De las virtudes y milagros de nuestro muy bienaventurado Padre San Bernardo, primer Abad de Claraval y de un monje difunto que se le apareció en una misa solemne

          II.       Del alma de un monje difunto, a la que otro monje vio burlándose de los demonios, librándose de las penas por las oraciones de los monjes

        III.       San Bernardo, durante la celebración de las Sagradas Vigilias, vio un ángel de pie, al lado de cada monje, escribiendo en un pergamino lo que cantaban

          IV.       Vio también acudir a los ángeles cuando los monjes cantaban con todo el entusiasmo el himno Te Deum Laudamus

            V.       De la extraordinaria elocuencia de un sermón suyo por medio del cual reanimó la tristeza de sus monjes, que habían perdido la esperanza del auxilio divino

          VI.       De un monje que no creía en la realidad del Sacramento del Altar, a quien el santo padre le ordenó que comulgara apoyándose en su fe

        VII.       De un monje espiritual que vio al crucificado abrazando al santo padre cuando estaba en oración

      VIII.       De un monje a quien el santo padre curó, en parte, del mal de la epilepsia, no queriéndole curar del todo

          IX.       De un monje agonizante a quien el santo padre ordenó que retrasara su muerte para no perturbar el descanso de los monjes

            X.       De cómo el varón de Dios predijo a su hermano Don Guido que por su culpa no moriría en Claraval

          XI.       Hallándose cierta vez este venerable padre, durante tres años, en las provincias de Italia, visitó también Claraval de modo sobrenatural y por tres veces

        XII.       De cómo otra vez, llevando ya largo tiempo fuera de Claraval, volvió en espíritu y, entrando en el dormitorio de los novicios, vio a uno que estaba muy triste y lo consoló

    XIII.       De la admirable conversión de un gran número de estudiantes una vez que este santo varón predicó la Palabra de Dios en las escuelas de París

      XIV.       De unos novicios que con su bendición recibieron de sus manos el hábito monacal, y a quienes pronosticó que todos ellos llegarían a desempeñar el oficio de Abad

          XV.       De un ladrón que atado con cuerdas y a punto de ser ahorcado fue librado de la muerte y, echándole encima su capa, se lo llevó como converso a Claraval

      XVI.       Del extraordinario fervor con que fue recibido, al entrar en Italia, por las gentes de aquella tierra

    XVII.       De una ingeniosa respuesta del varón de Dios, por medio de la cual rebatió la malicia de un hereje en la región de Gascuña

  XVIII.       En aquellos mismos lugares un ciego recobró la vista tocando el polvo en que quedaron impresas las sagradas huellas de los pies de Bernardo

      XIX.       De un muerto a quien Bernardo resucitó

        XX.       De la muerte del muy bienaventurado Abad Bernardo y de los milagros que ocurrieron después de ella

      XXI.       Don Roberto, segundo Abad de Claraval, y de un novicio que por sus consejos y oraciones, y un gran milagro, perseveró en su santo propósito

    XXII.       De un monje anciano a quien le fue revelado en espíritu la apostasía de otro monje y de cómo se lo comunicó al Abad Roberto

  XXIII.       De la hermosa visión que tuvo el Abad Don Roberto en la muerte de un varón espiritual

    XXIV.       De don Poncio, quinto Abad de Claraval y después obispo de Monteclaro

      XXV.       De un monje que, a punto de morir, manifestó al Abad Don Poncio la gloria que le estaba reservada y que anticipadamente le había sido mostrada

    XXVI.       De un monje pusilánime a quien el Abad Don Poncio animaba con toda honradez a hacer penitencia

  XXVII.       Del Bienaventurado Gerardo, sexto Abad de Claraval

XXVIII.       De cómo el Abad Don Gerardo, de santa memoria, fue coronado por el martirio gracias al celo y santidad de la Orden

    XXIX.       El Abad Don Pedro mereció dar testimonio por una revelación de la glorificación de Gerardo, mártir de Cristo

      XXX.       De Don Enrique, de santa memoria, séptimo Abad de Claraval, más tarde obispo y cardenal de Albano

    XXXI.       De un converso que por la gracia de Dios y las oraciones del venerable Abad Enrique se vio libre de la sentencia de condenación

  XXXII.       Del venerable varón Don Pedro. Octavo Abad de Claraval

XXXIII.       De cómo Dios Todopoderoso concedió el fruto del arrepentimiento a un infame pecador por las súplicas y méritos del venerable Abad Don Pedro

·         Recapitulación de lo dicho anteriormente

TERCERA PARTE

    I.       De Don Gerardo, hermano de San Bernardo y administrador de Claraval

  II.       De la loable penitencia del administrador Don Gerardo

III.       De la preciosa muerte del venerable varón Gerardo

  IV.       Del muy reverendo Padre Humberto, prior de Claraval durante algún tiempo

    V.       Sermón de San Bernardo en la muerte de Don Humberto, de santa memoria

  VI.       Del anterior sermón se deduce que el santo anciano Humberto fue un varón de consumadas virtudes

VII.       De Don Odón, durante algún tiempo subprior de Claraval

VIII.       Del bienaventurado Don Guerrico, monje de Claraval y Abad de Igny

  IX.       De cuán estrechamente examinó su conciencia el Abad Don Guerrico a la hora de su muerte

    X.       De Don Roberto, monje de Claraval y después Abad de Casa de Dios

  XI.       Carta de San Bernardo reclamando a su sobrino con dulcísima exhortación

XII.       Qué peligroso es que un profeso de la Orden de Císter pase a otra Orden

XIII.       Del monje Reinaldo, de santa memoria, que vio a Santa María haciendo una visita a los monjes cuando éstos estaban en la siega

XIV.       De un monje que oyó la tablilla en señal de su muerte

  XV.       Del siervo de Dios Pedro, quien solía ver a Nuestro Señor Jesucristo en el Altar durante el Santo Sacrificio

XVI.       Del venerable monje Guillermo, a quien reprendió un Ángel del Señor por un pecado suyo e impúsole penitencia

XVII.       De Don Gerardo de Farfa, monje de gran santidad

XVIII.       De una gracia extraordinaria concedida por Dios a un monje de santa vida

XIX.       De cómo San Bernardo llevó a la conversión a Arnulfo, un varón de la nobleza, y de las virtudes con que este brilló

 XX.       De un monje que fue liberado de una grave dolencia de cabeza por la virtud del sacramento del Altar

XXI.       De un monje a quien la Virgen María dio a probar, en una visión, un manjar celestial

XXII.       Del venerable anciano Acardo, maestro de novicios durante cierto tiempo en Claraval

XXIII.       De Don Gofrido, monje de Claraval y después obispo de Sorra

XXIV.       Otras visiones de este siervo de Dios, Gofrido

XXV.       De cómo le fue revelado que llegaría a ser obispo y de su preciosa muerte en Claraval

XXVI.       De Don Balduino, monje de Claraval y obispo de Pisa

XXVII.       De Don Esquilo, primero arzobispo de los daneses y monje después de Claraval

XXVIII.       De la feliz muerte de dos peregrinos que iban al Santo Sepulcro, tíos maternos de Don Esquilo

XXIX.       De Gunnaro, príncipe de la nobleza, que se hizo monje en Claraval

XXX.       De cómo el venerable Abad Simón renunció a una abadía y profesó en Claraval

XXXI.       De un anciano que vio a la Beatísima Virgen presidiendo el capítulo de los monjes

XXXII.       De un monje a quien se le apareció Nuestro Señor Jesucristo acompañado de San Juan Evangelista

XXXIII.       De un monje que vio bajar a Nuestro Señor Jesucristo del cielo el momento mismo de partir de este mundo otro monje

XXXIV.       Del varón de Dios Bosón, quien en la salida de este mundo oyó las melodías angélicas

CUARTA PARTE

    I.       Del monje Alquirino, de santa memoria, a quien el Señor Jesús hizo una visita a la hora de la muerte

  II.       De un monje que poseía el don de compunción y el Señor lo consoló de forma admirable

III.       De un monje a quien la Eucaristía le proporcionaba una extraordinaria dulzura

  IV.       De un monje que era muy atacado por los demonios, mereciendo por ello ver también a nuestro Señor Jesucristo

    V.       De uno de los monjes más antiguos, a quien se le apareció el Señor en la vigilia de la Parasceve

  VI.       De cuán grande fue la misericordia del Señor amonestado a un clérigo para que se hiciera converso

VII.       De un novicio a quien San Bernardo visitó varias veces en visión

VIII.       De un monje a quien Jesucristo, el Señor, se le apareció por dos veces

  IX.       Del monje Arnulfo, que vio al Señor pendiente de la Cruz

    X.       De un monje que en una visión besó la mano derecha del Señor al darle éste la bendición

  XI.       De un monje que vio a Santa María Magdalena en una visión

XII.       Del gran aprovechamiento de un monje converso

XIII.       De un converso cuya devoción conoció San Bernardo por una inspiración

XIV.       De una visión que tuvo cierto monje en la muerte de otro monje

  XV.       De un monje converso que aprendió a decir misa en un sueño

XVI.       De la gran paciencia de un converso en su enfermedad

XVII.       De un converso a quien le fue concedido el conocimiento de las Sagradas Escrituras

XVIII.       De un converso, Boyero, quien en una visión vio a Nuestro Señor Jesucristo azuzando los bueyes

XIX.       De la gran humildad de otro converso

 XX.       De otro converso, cuya perfección de vida y la felicidad que consiguió después de su muerte se dignó mostrar el Señor por medio de una revelación

XXI.       De un monje a quien San Bernardo avisó en una aparición para que no cayera en una tentación

XXII.       De un monje a quien se le aparecieron san Malaquías y san Bernardo para castigarlo por un pecado cometido

XXIII.       De un converso que mereció ver a los santos ángeles en la hora de su muerte

XXIV.       De cómo un converso que lavó sus calzones sin licencia fue castigado con un castigo divino

XXV.       De un monje que durmió sin calzones y por una revelación divina se vio privado de ser elegido abad

XXVI.       Del prodigioso fervor de Juan, en otro tiempo prior de Claraval

XXVII.       De cómo el venerable prior Juan venció los placeres de la carne con gran firmeza de voluntad

XXVIII.       Del venerable Don Gerardo, monje y después Abad de Claraval

XXIX.       De un monje que, por un gran milagro divino, derramó sangre de forma invisible

XXX.       De cómo un novicio de Claraval se vio libre de una tentación por medio de una visión

XXXI.       De cómo los demonios quisieron hacer daño a cierto converso, pero no pudieron

XXXII.       De un monje a quien se le apareció nuestro Señor con su gloriosa Madre

XXXIII.       De un monje a quien le fue dicho: “Tus pecados te son perdonados”

XXXIV.       De un monje converso de Claraval llamado Lorenzo

XXXV.       Sobre cierto monje espiritual de Claraval

QUINTA PARTE

    I.       Admonición de Don Gerardo, Abad de Claraval, sobre no proferir juramentos y del peligro de quienes juran

  II.       Del peligro de la propiedad

III.       Qué peligroso es para el monje morir sin su hábito, esto es, sin la cogulla

  IV.       De un converso a quien se le había borrado de la memoria un pecado grave

    V.       Del peligro de tener vergüenza en confesar los pecados

  VI.       De cómo el Señor reprendió con toda bondad la somnolencia de un monje devoto y como corrigió con toda severidad la pereza de otro monje negligente

VII.       De cuán peligroso es ambicionar las sagradas órdenes

VIII.       El peligro de la desobediencia

  IX.       Ítem sobre el peligro de la desobediencia

    X.       Del peligro de conspiración

  XI.       Del peligro de la excomunión

XII.       Del peligro de los confesores imprudentes y del elogio de los discretos

XIII.       De cuán peligroso es dejar para otro momento a quien desea confesar

XIV.       Del peligro de la discordia

  XV.       Elogio de la paciencia

XVI.       Del peligro de recitar negligentemente la salmodia

XVII.       Qué bien tan grande es servir a Dios cumpliendo cada día con devoción las vigilias

XVIII.       Del peligro de cumplir con tibieza el servicio divino de las vigilias

XIX.       De cuán peligroso es que los religiosos se dejen dominar en esta vida por la molicie

 XX.       Del peligro de quienes se atreven a cantar de forma vanidosa o por aplauso el oficio divino

XXI.       Qué peligroso es que los prelados estimen a sus parientes según la carne

SEXTA PARTE

    I.       De la ingenuidad en la contemplación de un monje de Claraval y del peligro de los contemplativos

  II.       De la excelencia de la fe en el Sacramento del Cuerpo y la Sangre de Cristo, y de la Discreción en su contemplación

III.       De la feliz consumación de sus días de un monje que deseaba morir en Claraval

  IV.       Ítem de un converso que con toda devoción pidió al Señor morir en Claraval

    V.       De un piadoso varón en cuya muerte se vieron a las almas de los difuntos celebrando las exequias

  VI.       De un caballero que se libró de la muerte por las almas de los fieles difuntos

VII.       De un sacerdote que, haciendo oración en favor de los difuntos al decir “descansen en paz” oyó un gran número de voces que respondieron amén

VIII.       De un niño que después de morir confesó sus pecados

  IX.       De una priora, amonestada a confesar por una revelación

    X.       Recapitulación final de todo cuanto este volumen se contiene

 

APÉNDICE 1

            Prólogo al Gran Exordio

APÉNDICE 2

            “En el nombre de nuestro Señor Jesucristo”

APÉNDICE 3

            Índice de personas y lugares más relevantes aparecidos en el relato del Gran Exordio


Carta de Caridad Prior

Este decreto recibe el nombre de Carta Caritatis debido a su contenido, el cual, rechaza todo gravamen de exacción y tiene como finalidad la caridad y la utilidad de las almas, tanto en lo divino como en lo humano.

Es la constitución oficial presentada por la Orden al Papa Calixto II en 1119. Se presume que el contenido de los capítulos I-III son la perdida Carta Prima.

Se desarrolla en los siguientes capítulos:

    I.       Que la Iglesia madre no exija a la hija ningún censo material

  II.       Que de un solo modo se entienda y se cumpla la regla por todos

III.       Que todos tengan los mismos libros eclesiásticos y las mismas costumbres

  IV.       Estatuto general entre las abadías

    V.       Una vez al año visite la madre a la hija

  VI.       La reverencia debida a la hija cuando viniere a la iglesia madre

VII.       Acerca del Capítulo General de los Abades de Císter

VIII.       Relaciones entre los salidos de Císter y los que ellos han engendrado, y que todos vengan al Capítulo General y de la satisfacción y penitencia de los que vinieren

  IX.       De los Abades que fueran negligentes en el cumplimiento de la Regla o de la Orden

    X.       Ley que ha de seguirse entre las Abadías que unas o tras no se engendraron

  XI.       Muerte y elección de Abadías


Carta de Caridad Posterior

Es la misma Carta Prior desarrollada con nuevas aportaciones, atestiguadas por las bulas papales Sacrosancta Romana Ecclesia, emitidas por cuatros papas entre 1152 y 1165. En este último año, pues, la Carta de Caridad alcanza su desarrollo definitivo y con ella queda de algún modo coronada la evolución del carisma fundacional.

Se desarrolla a través de los siguientes Estatutos:

-       Prólogo. Sobre la Carta de Caridad

1.     Exclusión de todo censo material

2.     Solicitud por el bien espiritual

3.     Unidad de observancias, cantos y libros litúrgicos

4.   Exclusión de todo privilegio contrario a las Constituciones

5.     Recepción del Abad-padre

6.     Deberes del Abad-padre

7.     Visita anual del Abad-padre

8.   Visita regular a la abadía de Císter

9.     Recepción de un Abad-hijo en la abadía-madre

10.   Recepción de Abades de otras filiaciones

11.   Relación entre casas-madres y casas-hijas

12.   Obligación del Capítulo General anual

13.   Objeto de las deliberaciones capitulares

14.   Culpas de los Abades en el Capítulo General

15.   Resolución de casos de mayor importancia

16.   Manera de proceder en caso de diversidad de pareceres

17.   Ayuda material a las abadías muy pobres

18.   Tutela de la abadía viuda y nueva elección

19.   Administración de la abadía de Císter, cuando está vacante

20. Elección del Abad de Císter

21.   Quién puede ser elegido para el cargo de Abad

22. Sólo los miembros de la Orden son electores y elegibles

23. Dimisión de un Abad

24. Deposición de un Abad

25. Medidas contra los pertinaces

26. Recepción de los hermanos arrepentidos

27. Caso único de cambio de monasterio

28. Corrección del Abad de Císter

29. Contra los revoltosos en Císter

30. Su arrepentimiento; medidas especiales respecto de Císter


Summa Carta Caritatis 

Según la opinión tradicional, se encuentra dicho documento como un resumen de la Carta de Caridad original (Prior), tal como se afirma al final del Exordio de Císter, que sirve de prólogo histórico a la misma.

            Existen diferentes teorías en torno a este documento. Según la tesis de J.A. Lefévre: no es un resumen. Es anterior a la Carta Prior, y es el texto constitucional oficial presentado en 1119 a la aprobación papal: es la primera codificación oficial y racionalmente ordenada. Por su parte, J. de la Croix Bouton: señala que, la Summa es un “sumario” elaborado por el Capítulo General. Tuvo valor oficial. Del mismo modo, Van Damme: la manifiesta como un resumen no oficial de la Carta Prior, posiblemente para uso de noviciados. Quizá fue hecha en Claraval, por el estilo literario un tanto bernardiano.