Documento narrativo cisterciense que presenta la historia de los inicios de Císter bajo los aspectos históricos y jurídicos. En su prólogo expresa que su intención era dejar por escrito la validez de la fundación del Nuevo Monasterio y la aprobación de su estilo de vida; la observancia fiel de la Santa Regla.
Su contenido se desarrolla en los siguientes capítulos:
I. Origen del cenobio de Císter
II. Carta del Legado Hugo
III. Partida de los monjes cisterciense de Molesmes, y su llegada a Císter y el monasterio que comenzaron
IV. Cómo aquel lugar fue erigido en Abadía
V. De cómo los de Molesmes pidieron insistentemente al Papa para que volviese el Abad Roberto
VI. Carta del Papa para que volviese el Abad
VII. Decreto del Legado Hugo sobre el asunto entre Molesmenses y Cistercienses
VIII. Recomendación del Abad Roberto
IX. Elección de Alberico como primer Abad de la Iglesia Cisterciense
X. Sobre el Privilegio Romano
XI. Carta de los Cardenales Juan y Benito
XII. Carta de Hugo, arzobispo de Lyón
XIII. Carta del Obispo de Chalon
XIV. Privilegio Romano
XV. Estatutos de los monjes cistercienses que vinieron de Molesmes
XVI. De su tristeza
XVII. Muerte de primer Abad y promoción del segundo. Sus estatutos y su alegría
XVIII. De las Abadías
Se presenta como un resumen del Exordio Parvo. Según algunas razones, se le atribuye a algún monje de Claraval, cuyo pensamiento y estilo es muy cercano al de San Bernardo; bien sea como manual para los novicios o para expandir la ideología claravalense. Posiblemente redactada entre los años 1123-1130. Se puede considerar como una relectura ascético-mística de la fundación, que sintetiza el proyecto cisterciense, teniendo como ideal una vida pobre y sencilla, basada en la búsqueda de la pobreza fecunda en virtudes.
Contenido que compone el Exordio de Cister:
PRIMERA PARTE
I. Salida de Molesmes de los monjes de Císter
II. Del exordio del cenobio cisterciense
III. Resumen de la Carta de Caridad.
IV. Capítulo anual de abades
V. De las faltas de los abades
VI. Relaciones entre abadías que no se engendraron unas a otras
VII. Nadie reciba a un aspirante que desea ir a otra iglesia
VIII. Acerca del monje o del converso fugitivo
IX. Sobre la construcción de abadías
X. Sobre qué libros no pueden ser distintos
XI. El vestido
XII. La comida
XIII. En el monasterio nadie coma carne o grasa
XIV. En qué días guardamos abstinencia
XV. De dónde se obtiene el sustento de los monjes
XVI. El monje no debe vivir fuera del claustro
XVII. En nuestra Orden está prohibido convivir con mujeres
XVIII. Las mujeres no podrán franquear la puerta del monasterio
XIX. Que no se forme sociedad con seglares ni para la cría de ganado, ni para el cultivo de la tierra, dándoles o recibiéndoles a medias o cosa parecida
XX. De estas cosas se ocuparán los conversos
XXI. Probación de los conversos
XXII. El converso no se haga monje
XXIII. No tenemos rentas
XXIV. A quiénes administramos los sacramentos o enterramos
XXV. Lo permitido y lo prohibido respecto al oro, la plata, las joyas y la seda
XXVI. Esculturas, pinturas y cruces de madera
Según el latín “Exordium” puede traducirse como: salida, comienzo, inicio… llevando entre sí, una connotación de movimiento: partida de un lugar a otro.
El Exordio Magno de Císter es un relato dinámico y vivo que refleja los diversos pasos seguidos por unos pocos monjes medievales que, con solo trasladarse de un monasterio a otro para mejorar su vida monástica y hacerla más conforme al ideal expuesto por San Benito en su Regla para monjes.
El Exordio Magno; o Gran Exordio, es una vasta compilación hagiográfica de finales del siglo XII y principios del siglo XIII, llevada a cabo por un monje anónimo de Claraval, en la que narra un conjunto de historias y relatos aureolados con estilo de leyenda, acompañados de visiones y milagros.
Hacia el año 1998, en el marco de la celebración del IX centenario de la fundación de la Orden Cisterciense, se traduce a la lengua española la versión completa del EXORDIUM MAGNUM CISTERCIENSE, siendo este considerado como uno de los tesoros más preciados de su rico patrimonio espiritual.
Dicha traducción se ha realizado desde la edición crítica del texto latino establecido por el P. Bruno Griesser “monachus Augiare Maioris” (Mehrerau), EXORDIUM MAGNUM CISTERCIENSE, sive Narratio de Initio Cisterciensis Ordinis, Romae 1961.
Su contenido se desarrolla de la siguiente manera:
I. Primera Parte:
I. Fue el Señor Jesús quien en sus enseñanzas nos dejó el modelo de la perfecta penitencia
II. La práctica de la vida en común comenzó en la Iglesia primitiva, por tanto, de aquí tomó origen toda forma de vida monástica
III. Fue San Antonio quien hizo brillar en todo su esplendor la disciplina monástica, la cual quedó consolidada excelentemente por la santidad de vida de otros Padres
IV. De la institución y autoridad de la Regla de Ntro. Padre San Benito. Cómo floreció y florece hasta hoy por la gracia divina
V. San Benito, a instancias del Obispo de Mans, envía a su santo discípulo Mauro a la región de las Galias para fundar un monasterio
VI. El Bienaventurado Odón, Abad de Cluny, restaura con toda eficacia y con la gracia de Dios, la vida monástica, totalmente relajada
VII. De un hermano en cuyas manos unas migajas de pan se convirtieron en preciosísimas perlas
VIII. De un hermano que estando para morir vio venir hacia sí una multitud de bienaventurados vestidos de blancos
IX. El bienaventurado Abad de Cluny, Hugo, cura a un paralítico
X. De cómo fueron iluminados por la gracia divina los monjes fundadores de la Orden de Císter cuando aún moraban en Molesmes
XI. El bienaventurado Abad Roberto, y con él unos monjes, fueron a ver al legado de la Sede Apostólica, con el deseo de renovar el estado monacal
XII. Carta del arzobispo Don Hugo, Legado de la Sede Apostólica, por la cual y con su autoridad, se instituyó el comienzo de la Orden Cisterciense
XIII. Cómo y en qué año de la encarnación del Señor salieron de Molesmes los Santos Padres de la Orden Cisterciense y se dirigieron al yermo de Císter
XIV. El obispo de Chalons, a cuya diócesis pertenecía aquel lugar, lo erigió canónicamente en Abadía; y cómo su Abad tuvo que volver a aquella de la que había venido
· Carta del Papa Urbano
XV. Decreto de Don Hugo, arzobispo y legado de la Sede Apostólica sobre la contienda entre los monjes de Molesmes y los de Císter
XVI. De la elección de Don Alberico, de santa memoria, primer Abad Cisterciense; de cómo obtuvo de la Santa Sede Apostólica el privilegio de la aprobación de su Orden y cuáles fueron las normas con las que instituyó la Orden
XVII. Carta que los cardenales enviaron al Papa en favor de los de Císter
XVIII. Carta de Hugo, arzobispo de Lyón
XIX. Carta de Gualtero, obispo de Chalons
XX. Privilegio del Papa Pascual por el que fue concedida a perpetuidad la independencia a la familia Cisterciense
XXI. Elección del bienaventurado Esteban como segundo Abad Cisterciense. Estatutos que añadió recién fundada la Orden. Cómo creció y se multiplicó la Orden bajo su mandato y cómo resplandeció en su vida con grandes virtudes
XXII. De cómo el Abad Esteban tuvo conocimiento por revelación divina de la expansión de su Orden y cómo, hallándose despierto, se le apareció un hermano después de muerto
XXIII. De cómo el bienaventurado Abad Esteban conoció por su espíritu profético ciertos secretos de un novicio suyo
XXIV. El benignísimo Señor provee con suma bondad una necesidad de su pobre, el Abad Esteban
XXV. De cómo remedió una vez el Señor cierta necesidad suya y de sus monjes
XXVI. De cómo celebraba el venerable Padre Esteban las sagradas vigilias con gran devoción y pureza para honra de Dios
XXVII. De su sincera humildad
XXVIII. Habiendo llegado la comunidad de Císter a la más estrecha pobreza, el santo Abad envió a uno de sus monjes al mercado más próximo, ordenándoles que comprara todo lo necesario para los monjes. Como no le entregaba nada de dinero, le anunció, con espíritu profético, que todo le saldrá bien
XXIX. La comunidad de Císter funda cenobios en diversos episcopados. De la institución del Capítulo General y del privilegio que el Abad Esteban, con los demás coabades, obtuvo de la Sede Apostólica para la aprobación del capítulo
XXX. Decreto del Papa Calixto
XXXI. El bienaventurado Padre Esteban conoce por revelación la indignidad de su sucesor y su preciosa muerte
XXXII. De la vida y santas costumbres del reverendísimo padre Fastrado, Abad de Císter
XXXIII. De la maravillosa conversión de Don Alejandro, de santa memoria, Abad de Císter
XXXIV. De la revelación del bienaventurado monje Cristiano sobre el Abad Don Reinardo y el cenobio de Císter
XXXV. De una visión en virtud de la cual se hizo converso Don Juan, monje de Císter y después obispo de Valence
SEGUNDA PARTE
I. De las virtudes y milagros de nuestro muy bienaventurado Padre San Bernardo, primer Abad de Claraval y de un monje difunto que se le apareció en una misa solemne
II. Del alma de un monje difunto, a la que otro monje vio burlándose de los demonios, librándose de las penas por las oraciones de los monjes
III. San Bernardo, durante la celebración de las Sagradas Vigilias, vio un ángel de pie, al lado de cada monje, escribiendo en un pergamino lo que cantaban
IV. Vio también acudir a los ángeles cuando los monjes cantaban con todo el entusiasmo el himno Te Deum Laudamus
V. De la extraordinaria elocuencia de un sermón suyo por medio del cual reanimó la tristeza de sus monjes, que habían perdido la esperanza del auxilio divino
VI. De un monje que no creía en la realidad del Sacramento del Altar, a quien el santo padre le ordenó que comulgara apoyándose en su fe
VII. De un monje espiritual que vio al crucificado abrazando al santo padre cuando estaba en oración
VIII. De un monje a quien el santo padre curó, en parte, del mal de la epilepsia, no queriéndole curar del todo
IX. De un monje agonizante a quien el santo padre ordenó que retrasara su muerte para no perturbar el descanso de los monjes
X. De cómo el varón de Dios predijo a su hermano Don Guido que por su culpa no moriría en Claraval
XI. Hallándose cierta vez este venerable padre, durante tres años, en las provincias de Italia, visitó también Claraval de modo sobrenatural y por tres veces
XII. De cómo otra vez, llevando ya largo tiempo fuera de Claraval, volvió en espíritu y, entrando en el dormitorio de los novicios, vio a uno que estaba muy triste y lo consoló
XIII. De la admirable conversión de un gran número de estudiantes una vez que este santo varón predicó la Palabra de Dios en las escuelas de París
XIV. De unos novicios que con su bendición recibieron de sus manos el hábito monacal, y a quienes pronosticó que todos ellos llegarían a desempeñar el oficio de Abad
XV. De un ladrón que atado con cuerdas y a punto de ser ahorcado fue librado de la muerte y, echándole encima su capa, se lo llevó como converso a Claraval
XVI. Del extraordinario fervor con que fue recibido, al entrar en Italia, por las gentes de aquella tierra
XVII. De una ingeniosa respuesta del varón de Dios, por medio de la cual rebatió la malicia de un hereje en la región de Gascuña
XVIII. En aquellos mismos lugares un ciego recobró la vista tocando el polvo en que quedaron impresas las sagradas huellas de los pies de Bernardo
XIX. De un muerto a quien Bernardo resucitó
XX. De la muerte del muy bienaventurado Abad Bernardo y de los milagros que ocurrieron después de ella
XXI. Don Roberto, segundo Abad de Claraval, y de un novicio que por sus consejos y oraciones, y un gran milagro, perseveró en su santo propósito
XXII. De un monje anciano a quien le fue revelado en espíritu la apostasía de otro monje y de cómo se lo comunicó al Abad Roberto
XXIII. De la hermosa visión que tuvo el Abad Don Roberto en la muerte de un varón espiritual
XXIV. De don Poncio, quinto Abad de Claraval y después obispo de Monteclaro
XXV. De un monje que, a punto de morir, manifestó al Abad Don Poncio la gloria que le estaba reservada y que anticipadamente le había sido mostrada
XXVI. De un monje pusilánime a quien el Abad Don Poncio animaba con toda honradez a hacer penitencia
XXVII. Del Bienaventurado Gerardo, sexto Abad de Claraval
XXVIII. De cómo el Abad Don Gerardo, de santa memoria, fue coronado por el martirio gracias al celo y santidad de la Orden
XXIX. El Abad Don Pedro mereció dar testimonio por una revelación de la glorificación de Gerardo, mártir de Cristo
XXX. De Don Enrique, de santa memoria, séptimo Abad de Claraval, más tarde obispo y cardenal de Albano
XXXI. De un converso que por la gracia de Dios y las oraciones del venerable Abad Enrique se vio libre de la sentencia de condenación
XXXII. Del venerable varón Don Pedro. Octavo Abad de Claraval
XXXIII. De cómo Dios Todopoderoso concedió el fruto del arrepentimiento a un infame pecador por las súplicas y méritos del venerable Abad Don Pedro
· Recapitulación de lo dicho anteriormente
TERCERA PARTE
I. De Don Gerardo, hermano de San Bernardo y administrador de Claraval
II. De la loable penitencia del administrador Don Gerardo
III. De la preciosa muerte del venerable varón Gerardo
IV. Del muy reverendo Padre Humberto, prior de Claraval durante algún tiempo
V. Sermón de San Bernardo en la muerte de Don Humberto, de santa memoria
VI. Del anterior sermón se deduce que el santo anciano Humberto fue un varón de consumadas virtudes
VII. De Don Odón, durante algún tiempo subprior de Claraval
VIII. Del bienaventurado Don Guerrico, monje de Claraval y Abad de Igny
IX. De cuán estrechamente examinó su conciencia el Abad Don Guerrico a la hora de su muerte
X. De Don Roberto, monje de Claraval y después Abad de Casa de Dios
XI. Carta de San Bernardo reclamando a su sobrino con dulcísima exhortación
XII. Qué peligroso es que un profeso de la Orden de Císter pase a otra Orden
XIII. Del monje Reinaldo, de santa memoria, que vio a Santa María haciendo una visita a los monjes cuando éstos estaban en la siega
XIV. De un monje que oyó la tablilla en señal de su muerte
XV. Del siervo de Dios Pedro, quien solía ver a Nuestro Señor Jesucristo en el Altar durante el Santo Sacrificio
XVI. Del venerable monje Guillermo, a quien reprendió un Ángel del Señor por un pecado suyo e impúsole penitencia
XVII. De Don Gerardo de Farfa, monje de gran santidad
XVIII. De una gracia extraordinaria concedida por Dios a un monje de santa vida
XIX. De cómo San Bernardo llevó a la conversión a Arnulfo, un varón de la nobleza, y de las virtudes con que este brilló
XX. De un monje que fue liberado de una grave dolencia de cabeza por la virtud del sacramento del Altar
XXI. De un monje a quien la Virgen María dio a probar, en una visión, un manjar celestial
XXII. Del venerable anciano Acardo, maestro de novicios durante cierto tiempo en Claraval
XXIII. De Don Gofrido, monje de Claraval y después obispo de Sorra
XXIV. Otras visiones de este siervo de Dios, Gofrido
XXV. De cómo le fue revelado que llegaría a ser obispo y de su preciosa muerte en Claraval
XXVI. De Don Balduino, monje de Claraval y obispo de Pisa
XXVII. De Don Esquilo, primero arzobispo de los daneses y monje después de Claraval
XXVIII. De la feliz muerte de dos peregrinos que iban al Santo Sepulcro, tíos maternos de Don Esquilo
XXIX. De Gunnaro, príncipe de la nobleza, que se hizo monje en Claraval
XXX. De cómo el venerable Abad Simón renunció a una abadía y profesó en Claraval
XXXI. De un anciano que vio a la Beatísima Virgen presidiendo el capítulo de los monjes
XXXII. De un monje a quien se le apareció Nuestro Señor Jesucristo acompañado de San Juan Evangelista
XXXIII. De un monje que vio bajar a Nuestro Señor Jesucristo del cielo el momento mismo de partir de este mundo otro monje
XXXIV. Del varón de Dios Bosón, quien en la salida de este mundo oyó las melodías angélicas
CUARTA PARTE
I. Del monje Alquirino, de santa memoria, a quien el Señor Jesús hizo una visita a la hora de la muerte
II. De un monje que poseía el don de compunción y el Señor lo consoló de forma admirable
III. De un monje a quien la Eucaristía le proporcionaba una extraordinaria dulzura
IV. De un monje que era muy atacado por los demonios, mereciendo por ello ver también a nuestro Señor Jesucristo
V. De uno de los monjes más antiguos, a quien se le apareció el Señor en la vigilia de la Parasceve
VI. De cuán grande fue la misericordia del Señor amonestado a un clérigo para que se hiciera converso
VII. De un novicio a quien San Bernardo visitó varias veces en visión
VIII. De un monje a quien Jesucristo, el Señor, se le apareció por dos veces
IX. Del monje Arnulfo, que vio al Señor pendiente de la Cruz
X. De un monje que en una visión besó la mano derecha del Señor al darle éste la bendición
XI. De un monje que vio a Santa María Magdalena en una visión
XII. Del gran aprovechamiento de un monje converso
XIII. De un converso cuya devoción conoció San Bernardo por una inspiración
XIV. De una visión que tuvo cierto monje en la muerte de otro monje
XV. De un monje converso que aprendió a decir misa en un sueño
XVI. De la gran paciencia de un converso en su enfermedad
XVII. De un converso a quien le fue concedido el conocimiento de las Sagradas Escrituras
XVIII. De un converso, Boyero, quien en una visión vio a Nuestro Señor Jesucristo azuzando los bueyes
XIX. De la gran humildad de otro converso
XX. De otro converso, cuya perfección de vida y la felicidad que consiguió después de su muerte se dignó mostrar el Señor por medio de una revelación
XXI. De un monje a quien San Bernardo avisó en una aparición para que no cayera en una tentación
XXII. De un monje a quien se le aparecieron san Malaquías y san Bernardo para castigarlo por un pecado cometido
XXIII. De un converso que mereció ver a los santos ángeles en la hora de su muerte
XXIV. De cómo un converso que lavó sus calzones sin licencia fue castigado con un castigo divino
XXV. De un monje que durmió sin calzones y por una revelación divina se vio privado de ser elegido abad
XXVI. Del prodigioso fervor de Juan, en otro tiempo prior de Claraval
XXVII. De cómo el venerable prior Juan venció los placeres de la carne con gran firmeza de voluntad
XXVIII. Del venerable Don Gerardo, monje y después Abad de Claraval
XXIX. De un monje que, por un gran milagro divino, derramó sangre de forma invisible
XXX. De cómo un novicio de Claraval se vio libre de una tentación por medio de una visión
XXXI. De cómo los demonios quisieron hacer daño a cierto converso, pero no pudieron
XXXII. De un monje a quien se le apareció nuestro Señor con su gloriosa Madre
XXXIII. De un monje a quien le fue dicho: “Tus pecados te son perdonados”
XXXIV. De un monje converso de Claraval llamado Lorenzo
XXXV. Sobre cierto monje espiritual de Claraval
QUINTA PARTE
I. Admonición de Don Gerardo, Abad de Claraval, sobre no proferir juramentos y del peligro de quienes juran
II. Del peligro de la propiedad
III. Qué peligroso es para el monje morir sin su hábito, esto es, sin la cogulla
IV. De un converso a quien se le había borrado de la memoria un pecado grave
V. Del peligro de tener vergüenza en confesar los pecados
VI. De cómo el Señor reprendió con toda bondad la somnolencia de un monje devoto y como corrigió con toda severidad la pereza de otro monje negligente
VII. De cuán peligroso es ambicionar las sagradas órdenes
VIII. El peligro de la desobediencia
IX. Ítem sobre el peligro de la desobediencia
X. Del peligro de conspiración
XI. Del peligro de la excomunión
XII. Del peligro de los confesores imprudentes y del elogio de los discretos
XIII. De cuán peligroso es dejar para otro momento a quien desea confesar
XIV. Del peligro de la discordia
XV. Elogio de la paciencia
XVI. Del peligro de recitar negligentemente la salmodia
XVII. Qué bien tan grande es servir a Dios cumpliendo cada día con devoción las vigilias
XVIII. Del peligro de cumplir con tibieza el servicio divino de las vigilias
XIX. De cuán peligroso es que los religiosos se dejen dominar en esta vida por la molicie
XX. Del peligro de quienes se atreven a cantar de forma vanidosa o por aplauso el oficio divino
XXI. Qué peligroso es que los prelados estimen a sus parientes según la carne
SEXTA PARTE
I. De la ingenuidad en la contemplación de un monje de Claraval y del peligro de los contemplativos
II. De la excelencia de la fe en el Sacramento del Cuerpo y la Sangre de Cristo, y de la Discreción en su contemplación
III. De la feliz consumación de sus días de un monje que deseaba morir en Claraval
IV. Ítem de un converso que con toda devoción pidió al Señor morir en Claraval
V. De un piadoso varón en cuya muerte se vieron a las almas de los difuntos celebrando las exequias
VI. De un caballero que se libró de la muerte por las almas de los fieles difuntos
VII. De un sacerdote que, haciendo oración en favor de los difuntos al decir “descansen en paz” oyó un gran número de voces que respondieron amén
VIII. De un niño que después de morir confesó sus pecados
IX. De una priora, amonestada a confesar por una revelación
X. Recapitulación final de todo cuanto este volumen se contiene
APÉNDICE 1
Prólogo al Gran Exordio
APÉNDICE 2
“En el nombre de nuestro Señor Jesucristo”
APÉNDICE 3
Índice de personas y lugares más relevantes aparecidos en el relato del Gran Exordio
Este decreto recibe el nombre de Carta Caritatis debido a su contenido, el cual, rechaza todo gravamen de exacción y tiene como finalidad la caridad y la utilidad de las almas, tanto en lo divino como en lo humano.
Es la constitución oficial presentada por la Orden al Papa Calixto II en 1119. Se presume que el contenido de los capítulos I-III son la perdida Carta Prima.
Se desarrolla en los siguientes capítulos:
I. Que la Iglesia madre no exija a la hija ningún censo material
II. Que de un solo modo se entienda y se cumpla la regla por todos
III. Que todos tengan los mismos libros eclesiásticos y las mismas costumbres
IV. Estatuto general entre las abadías
V. Una vez al año visite la madre a la hija
VI. La reverencia debida a la hija cuando viniere a la iglesia madre
VII. Acerca del Capítulo General de los Abades de Císter
VIII. Relaciones entre los salidos de Císter y los que ellos han engendrado, y que todos vengan al Capítulo General y de la satisfacción y penitencia de los que vinieren
IX. De los Abades que fueran negligentes en el cumplimiento de la Regla o de la Orden
X. Ley que ha de seguirse entre las Abadías que unas o tras no se engendraron
XI. Muerte y elección de Abadías
Es la misma Carta Prior desarrollada con nuevas aportaciones, atestiguadas por las bulas papales Sacrosancta Romana Ecclesia, emitidas por cuatros papas entre 1152 y 1165. En este último año, pues, la Carta de Caridad alcanza su desarrollo definitivo y con ella queda de algún modo coronada la evolución del carisma fundacional.
Se desarrolla a través de los siguientes Estatutos:
- Prólogo. Sobre la Carta de Caridad
1. Exclusión de todo censo material
2. Solicitud por el bien espiritual
3. Unidad de observancias, cantos y libros litúrgicos
4. Exclusión de todo privilegio contrario a las Constituciones
5. Recepción del Abad-padre
6. Deberes del Abad-padre
7. Visita anual del Abad-padre
8. Visita regular a la abadía de Císter
9. Recepción de un Abad-hijo en la abadía-madre
10. Recepción de Abades de otras filiaciones
11. Relación entre casas-madres y casas-hijas
12. Obligación del Capítulo General anual
13. Objeto de las deliberaciones capitulares
14. Culpas de los Abades en el Capítulo General
15. Resolución de casos de mayor importancia
16. Manera de proceder en caso de diversidad de pareceres
17. Ayuda material a las abadías muy pobres
18. Tutela de la abadía viuda y nueva elección
19. Administración de la abadía de Císter, cuando está vacante
20. Elección del Abad de Císter
21. Quién puede ser elegido para el cargo de Abad
22. Sólo los miembros de la Orden son electores y elegibles
23. Dimisión de un Abad
24. Deposición de un Abad
25. Medidas contra los pertinaces
26. Recepción de los hermanos arrepentidos
27. Caso único de cambio de monasterio
28. Corrección del Abad de Císter
29. Contra
los revoltosos en Císter
Según la opinión tradicional, se encuentra dicho documento como un resumen de la Carta de Caridad original (Prior), tal como se afirma al final del Exordio de Císter, que sirve de prólogo histórico a la misma.
Existen diferentes teorías en torno a este documento. Según la tesis de J.A. Lefévre: no es un resumen. Es anterior a la Carta Prior, y es el texto constitucional oficial presentado en 1119 a la aprobación papal: es la primera codificación oficial y racionalmente ordenada. Por su parte, J. de la Croix Bouton: señala que, la Summa es un “sumario” elaborado por el Capítulo General. Tuvo valor oficial. Del mismo modo, Van Damme: la manifiesta como un resumen no oficial de la Carta Prior, posiblemente para uso de noviciados. Quizá fue hecha en Claraval, por el estilo literario un tanto bernardiano.