San Bernardo (Castillo de Fontaines, Dijon, 1091 - Claraval, 1153) es el último de los Padres de la Iglesia, pero uno de los que más impacto ha tenido. Nace en Borgoña, Francia (cerca de Suiza) en el año 1090. Con sus siete hermanos recibió una excelente formación en la religión, el latín y la literatura. Ingresó en 1112 en la abadía cisterciense de Cîteaux y muy pronto, en 1115, pasó a dirigir el nuevo monasterio de Clairvaux (Claraval).
Antes de 1130, san Bernardo inició una vasta correspondencia con muchas personas, tanto importantes como de modestas condiciones sociales. A las muchas Cartas de este período hay que añadir numerosos Sermones, así como Sentencias y Tratados. También a esta época se remonta la gran amistad de Bernardo con Guillermo, abad de Saint-Thierry, y con Guillermo de Champeaux, personalidades muy importantes del siglo XII. Desde 1130 en adelante empezó a ocuparse de no pocos y graves asuntos de la Santa Sede y de la Iglesia. Por este motivo tuvo que salir cada vez más a menudo de su monasterio, en ocasiones incluso fuera de Francia. Fundó también algunos monasterios femeninos, y fue protagonista de un notable epistolario con Pedro el Venerable, abad de Cluny, del que Dirigió principalmente sus escritos polémicos contra Abelardo, un gran pensador que inició una nueva forma de hacer teología, introduciendo sobre todo el método dialéctico-filosófico en la construcción del pensamiento teológico.
Con él, la Orden del Císter se expandió por toda Europa y ocupó el primer plano de la influencia religiosa. 
La Iglesia católica lo canonizó en 1174 como san Bernardo de Claraval, y lo declaró Doctor de la Iglesia en 1830. 
 

Querido lector, en este espacio queremos hacerte conocer la doctrina de los escritos de San Bernardo... Estoy seguro que te SORPRENDERÁS cuando lo leas y comprenderás que aunque fueron escritos en el siglo XII tienen mucha actualidad!!!


Tratado sobre el Amor de Dios

Hay quienes alaban a Dios porque es poderoso, otros porque es bueno con ellos, y otros por es bueno en sí mismo. Los primeros son esclavos y están llenos de temor. Los segundos son asalariados y les domina la codicia. Los terceros son hijos y honran a su padre.  Y hay un cuarto: la esposa, que no sabe nada más que amar, no actuando por ningún otro motivo que el amor.

PRIMER GRADO DEL AMOR: EL HOMBRE SE AMA POR SÍ MISMO.

Es el amor natural, carnal e innato de cada hombre y mujer de amarse y preocuparse por sí mismo(a), donde no comprende otra cosa fuera de sí. Este amor, legítimo, necesario y natural suele convertirse en un amor excesivo de sí, haciendo esclava a la persona de la comodidad y el placer que su carne le pide. Nos dice San Bernardo que ante esta realidad aparece este mandamiento como ayuda, freno y auxilio: Amarás a tu prójimo como a ti mismo (amor social). Pues es, cuan mucho lo mejor y provechoso renunciar y negar los propios gustos y placeres, para ir en ayuda de las necesidades de los hermanos. Y como el hombre es débil y pequeño, ¿cómo podrá negarse lo necesario y dar a los demás sin la ayuda de la Gracia? ¿Cómo podrá amar de verdad al prójimo? Bernardo nos dirá: Mas para que el amor al prójimo sea perfecto, es menester que nazca de Dios, y que Él sea su causa. Y no podrá amarle en Dios sino ama a Dios. La impotencia, pues, nos lleva a no gloriarnos en nuestras propias fuerzas, tema muy querido y frecuente de San Bernardo, por lo que necesitamos el auxilio de Dios. Por esto el hombre carnal y animal, que sólo sabía amarse a sí mismo, comienza a amar también a Dios por su propio interés: experimenta con frecuencia que en Él puede todo lo que es bueno, y sin Él no puede nada.

 

SEGUNDO GRADO DEL AMOR: EL HOMBRE AMA A DIOS POR SÍ MISMO.

El exceso del amor de Dios, la ayuda de su gracia cuando la tribulación nos acecha, el auxilio de su Espíritu cuando las tentaciones arrecian, hacen que el amor incipiente e inicial hacia Él, es decir, el amor a Dios, pero por sí mismo, se transforme y sea amor también por ÉL.

TERCER GRADO DEL AMOR: EL HOMBRE AMA A DIOS POR ÉL MISMO.

Aquí el hombre se encuentra en otro estado de “conocimiento” de Dios, una manera de amor más perfecta en cuanto menos interesada, pues la ayuda y el auxilio Divino le ha hecho encontrarse ya no con las “gracias”, “regalitos” o “ayudas”, sino con Él mismo. Por sus “detalles” ha ido descubriendo y sobre todo gustado al Dador de todo Don. Ama de manera limpia y gratuita a Dios, y no porque sea bueno con para él, sino porque es bueno. En este grado permanece el hombre mucho tiempo, pues, y no se sabe si en esta vida puede hombre alguno elevarse al cuarto grado.

CUARTO GRADO DEL AMOR: EL HOMBRE SE AMA A SÍ MISMO POR DIOS

Este cuarto amor consiste en que el hombre ponga todo lo suyo a disposición de Dios, es decir, según su voluntad. Que nuestro gozo no consista en haber acallado nuestra necesidad ni en haber apagado la sed de la felicidad. Que nuestro gozo sea hacer su misma voluntad realizada en nosotros y por nosotros. Amar así es estar ya divinizado. Amor que se sumerge y queda fundido en Dios mismo. San Bernardo nos dice: son pocas o una sola vez en la que se llegue a experimentar el perderse, anonadarse aniquilarse en absoluto en Dios, pues es más de la vida celeste que la humana. Sin embargo, dichoso quien haya tenido dicha experiencia. Concluyendo, este amor es de quien no está ocupado en el cuidado de su cuerpo, sino entregado de lleno al Amor que Ama sin dejar de amar nunca. Aunque la plenitud de todo esto será en el cielo: “¡Y que el Señor nos lleve todos juntos a la vida eterna!”. Amén.
Es aquí donde el hombre recupera su yo auténtico, pues es totalmente de Dios.

“EL amor de Dios engendra el amor en el alma” SCant. 69,7


Ahora te presentamos un gráfico y claro comentario de San Bernardo sobre los tres modos para poder unirnos a Dios...

Las cuerdas, los clavos y el pegamento

¿Es posible la unión y la armonía entre lo que no es y el que es? ¿Cómo unir realidades tan opuestas? La unión directa con Dios no es imposible, pero tal vez pueda realizarse por algún otro medio. El primero lo podemos comparar a las cuerdas, el segundo a los clavos de maderas o de hierro, y el tercero al pegamento. El primero ata fuerte y duele; el segundo es aún más fuerte y duele más; el tercero es suave y seguro.

Podemos decir que está atado con una cuerda al Redentor, el que zarandeado por una violenta tentación piensa en algo honesto o recuerda las promesas. Y permanece sujeto mientras tanto con esa cuerda, para no quebrantar por nada del mundo su propósito. Esta unión es dura, molesta y muy peligrosa, y no puede durar mucho. Las cuerdas como sabemos, se pudren; y el lazo del respeto humano lo olvidamos o rompemos con facilidad.

Otro se sujetan al Señor de la majestad con clavos. Los une a Dios el temor. No se inmutan ante los hombre, pero sí ante el recuerdo de los tormentos del infierno. les horroriza el pecado, sino las llamas del infierno. Esto amarra con más fuerza y resistencia que el primero, porque no vacilan en el propósito ni lo abandonan nunca.

El tercero es una especie de pegamento, es decir, la caridad. Une tan suave y eficazmente que el se apega a Dios se convierte en un sólo espíritu con Él. Este hombre disfruta y se aprovecha de todo, venga de donde venga; tanto lo que él hace, como lo que le hacen a él. Con dulzura y unción convive agradablemente con todos, y cree que mucho más terrible y horroroso que el infierno es ofender conscientemente el rostro del Omnipotente, aun en cosa leve. Este es el que ama realmente a los hermanos y al pueblo de Israel. Este ora mucho por el pueblo y por la ciudad santa de Jerusalén.

Con este pegamento nos ha unido a sí aquella mirada divina antes de crear el mundo, para que estuviéramos consagrados y sin defecto a sus ojos por el amor.

Ya puede abrasar y tatuar a David los crímenes más horrendos, envolver siete demonios a María Magdalena, o sumergirse el príncipe de los apóstoles en el abismo de la negación: nadie podrá arrebatarlos de la mano de Dios. Porque a los que predestinó los llamó; y a los que llamó los rehabilitó. ¿No os parece magnífico adherirnos a éste? Hermanos, buscad, buscad al Señor y su poder, buscad continuamente su rostro. Buscad al Señor y vivirá vuestro corazón. Mi alma vivirá por él… Busquémosle de tal modo que siempre estemos buscándole.


Conócete a ti mismo

"Para contemplar a Dios, antes debéis conocer lo mejor posible a vosotros mismos. Consagrad todo vuestro ocio a esa doble consideración que deseaba aquel santo: "Señor, que me conozca a mí y te conozca a ti".

"Sustráete de las ocupaciones al menos algún tiempo. Cualquier cosa menos permitirles que te arrastren y te lleven a donde no quieras. ¿Quieres saber a dónde? A la dureza del corazón. Corazón duro es aquél que no se espanta de sí mismo, porque ni lo advierte. ¿Cuándo es duro el corazón? Cuando no se rompe por la compunción, ni se ablanda con la compasión, ni se conmueve en la oración. No cede ante las amenazas y se encrespa con los golpes. Es ingrato a los bienes que recibe, impávido entre los peligros, inhumano con los hombres, temerario para con lo divino. Todo lo echa a la espalda, nada del presente. No teme el futuro. Es de corazón duro el hombre que del pasado sólo recuerda las injurias para maquinar y organizar la venganza. En una palabra: es de corazón duro el que ni teme a Dios ni respeta al hombre. Hasta el extremo puede llevarte esas malditas ocupaciones si sigue absorbiéndote por entero sin reservarte nada para ti mismo. Pierdes el tiempo."

"Las ocupaciones saldrán ganando si van acompañadas de un tiempo dedicado a la consideración. Si tienes ilusión de ser todos para todos (…) ¿cómo puede ser plena tu bondad si te excluyes a ti mismo? Luego para que sea total y plena tu bondad, su seno, que abarca todos los hombres, debe acogerte a ti (…) En definitiva, el que es cruel consigo mismo, ¿para quién es bueno? No te digo siempre, ni te digo que a menudo, pero alguna vez, al menos, vuelve hacia ti mismo."