Es el amor natural, carnal e
innato de cada hombre y mujer de amarse y preocuparse por sí mismo(a),
donde no comprende otra cosa fuera de sí. Este amor, legítimo, necesario
y natural suele convertirse en un amor excesivo de sí, haciendo esclava
a la persona de la comodidad y el placer que su carne le pide. Nos
dice San Bernardo que ante esta realidad aparece este mandamiento como
ayuda, freno y auxilio: Amarás a tu prójimo como a ti mismo (amor
social). Pues es, cuan mucho lo mejor y provechoso renunciar y negar los
propios gustos y placeres, para ir en ayuda de las necesidades de los
hermanos. Y como el hombre es débil y pequeño, ¿cómo podrá negarse lo
necesario y dar a los demás sin la ayuda de la Gracia? ¿Cómo podrá amar
de verdad al prójimo? Bernardo nos dirá: Mas para que el amor al prójimo
sea perfecto, es menester que nazca de Dios, y que Él sea su causa. Y
no podrá amarle en Dios sino ama a Dios. La impotencia, pues, nos lleva a
no gloriarnos en nuestras propias fuerzas, tema muy querido y frecuente
de San Bernardo, por lo que necesitamos el auxilio de Dios. Por esto el
hombre carnal y animal, que sólo sabía amarse a sí mismo, comienza a
amar también a Dios por su propio interés: experimenta con frecuencia
que en Él puede todo lo que es bueno, y sin Él no puede nada.